Mensaje del Arzobispo Alfonso Cortés
» A toda la Iglesia que peregrina en la Arquidiócesis de León, Paz y Bien.
El próximo 2 de marzo, miércoles de ceniza, iniciaremos el camino cuaresmal de preparación a la Pascua. Ruego a Dios que sea un tiempo de gracia para todos
los que nos ponemos en camino. Un tiempo de escucha de la Palabra y de cambios decisivos y profundos.
Dios nos llama con su Palabra y viene a nuestro encuentro de muchas y variadas formas. Las mismas pruebas por las que estamos pasando, que nos dejan tanta inseguridad y muchos sufrimientos, son un llamado de Dios, un llamado de atención, porque el hombre en medio de tantos descubrimientos y riquezas, ha orientado su corazón no al Dios verdadero, sino a los falsos dioses del poder, del dinero y del placer. Dios no es extraño a nuestros problemas. Al contrario, EI responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano. Pero es necesario escucharlo atentamente y estar dispuestos a responderle con nuestro si a su voluntad: «Reciban con docilidad la Palabra sembrada en
ustedes, que es capaz de salvarlos» (Sant l,2l).
La Palabra de Dios en este tiempo cuaresmal proclama con fuerza: «No endurezcan el corazón, sino escuchen la voz de Dios» (sat e+). «Vuelvan a mi de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y nos sus vestiduras, y vuelvan al Señor su Dios, porque É1 es bondadoso y compasivo, lento para Ia ira y rico en amor» (Joel 2,12).
El tiempo cuaresmal será la oportunidad para entablar un nuevo, confiado y sincero dialogo con Dios, en la oración, especialmente con los salmos, donde encontramos toda la articulada gama de sentimientos que el hombre experimenta en su propia existencia y que son presentados con sabiduría ante Dios; aquí se encuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y esperanza temor y ansiedad. Es en la oración donde se nos abre el camino de la esperanza en medio de las obscuras y complicadas situaciones que nos toca vivir hoy.
«Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme, Él puede ayudarme» (Benedicto XVI, SS,32).
Hermanos, los invito a vivir intensamente la Cuaresma, preparándonos así a la Pascua de Resurrección. Superemos los desánimos y los miedos, y pongámonos en camino. Escuchemos y leamos la Palabra que la Liturgia cada domingo y cada dia nos propone. Será la Palabra que Dios me dirigirá a mí y a toda la comunidad. Procuren los párrocos y catequistas motivar y favorecer el acceso a la Palabra a todos los fieles.
Los tiempos urgen que realicemos un cambio. Y el primer cambio debe producirse en el corazón. Porque «es del corazón de donde provienen los malos pensamientos; de ahí proceden la inmoralidad sexual, robos, asesinatos, infltlelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo y falta de sentido moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impura a la persona» (Mc 7,2a-x). Es lo que dijo Jesús, asi, tan claramente, en su dialogo con los fariseos. Surge naturalmente el interrogante, ¿cómo sanar ese corazón herido y enfermo, afectado por la falta de valores y buenos ejernplos? ¿Cómo cambiar una mentalidad que ha echado raices en la cultura de un pueblo, y
revertir un estilo de vida?
La Palabra leída, meditada, rezada, contemplada y vivida, – es la»lectio divina» que hará posible el cambio del corazón y de la vida. Por eso les propongo que dentro del programa pastoral de la Parroquia, se formen en las comunidades, también en otras comunidades, los grupos bíblicos y de oración en torno a la Palabra. Como una planta necesita su tiempo y que se le riegue y cuide para crecer, así también el fiel cristiano necesita de la constancia y perseverancia en la oración, en la lectura orante de la Palabra, en la participación con la
comunidad en las celebraciones litúrgicas, y como consecuencia, una coherencia en su vida cotidiana, para que pueda dar buenos frutos.
Recomiendo y pido a los fieles que oremos unos por otros. con confianza al Señor, por nuestra perseverancia y santidad de vida. Y oren para que en nuestras comunidades aumenten las familias cristianas donde puedan surgir nuevas . También la familia necesita ayuda urgente de la lglesia, de la comunidad cristiana. Sola no puede hoy sostenerse. Por una parte, es fuerte el ataque que viene del ambiente relativista que la rodea, y son difíciles en muchos casos las condiciones de vida por falta de vivienda digna y de un trabajo estable; y también por la falta de valores en la misma familia. Son tremendamente destructivas las infidelidades y la insuficiente preparación para el matrimonio, cuando la hay. Porque con demasiada frecuencia ni siquiera se funda la familia en el sacramento del matrimonio por parte de los mismos creyentes. Deberá ser una prioridad pastoral en la Arquidiócesis la atención a la familia. Oremos al Señor que nos regale matrimonios comprometidos y dispuestos a integrar equipos parroquiales que sean de ayuda a otros matrimonios.
La adolescencia y primera juventud es una etapa delicada, díficil y decisiva de la vida. Detrás de sus dramas hay un fuerte reclamo de los adolescentes y jóvenes a ser escuchados, queridos y orientados. Dejo flotando una pregunta,
¿Quién se ofrece para abrir senderos en la pastoral de los adolescentes y jóvenes?
Hermanos, el tiempo corre. Siempre hay cosas nuevas y urgentes. Pero están también las más importantes. Siento sobre todo la necesidad de abrirle el corazón a Dios, poner todo en sus manos y hacer camino. Dejémonos, pues, iluminar por la Palabra, para que el Señor nos señale el camino concreto, realista que debemos recorrer en este Cuaresma, y llegar a una Pascua radiante, esperanzadora. Que sintamos que Cristo está vivo y camina con nosotros. Y que nuestro corazón fue capaz de liberarse de las ataduras que lo tenían esclavizado.
Nos conforta y anima el sí de María, el que dio en Nazaret y repitió al pie de la cruz.
Con mi aprecio, les deseo que el Señor los bendiga y guarde»