Este día damos la más calurosa bienvenida a las páginas de Sumarte a Carmen Hernández Peña (Ciego de Ávila, Cuba), ella es Poeta, Narradora, Ensayista y editora cubana. Licenciada en Lenguas y Literatura Hispánica en la especialidad de Estudios Cubanos por la Universidad de La Habana.
Aquí sus letras, ¡Bienvenida Carmen!
ESPACIOS VACÍOS
Yo quisiera, sor Juana, un pergamino;
una pluma de águila, la reja;
el amargo secreto de una queja,
la agreste piel que carga el peregrino.
No quiero detenerme en el camino,
ni ser esclava de la candileja.
Desenredadme, pues, en la madeja:
arcano donde tejen mi destino.
Soy y no soy, como la disonancia.
Me parto en dos: antigua nigromancia.
Canto que rueda para asir la sombra.
No quiero en mis talegos la abundancia,
sólo preciso un poco de constancia
para escuchar, al fin, si Dios me nombra.
BELKYS AYÓN
La princesa se muestra. Tiene ojos grandes. Es fruta sazonada por los soles, las lluvias. Los hombres-leopardo acechan. No tienen ojos, pero acechan. La princesa divisa entre la fronda aquello que los hombres-leopardo nunca han podido ver. La princesa sabe. Ella sabe y camina. Tiene dos pies poderosos que rompen las raíces. Los cuatro hombres-leopardo la acorralan. Uno muerde su boca, otro muerde su pubis; el tercero le desgarra el pecho. El cuarto, el más feroz, le arranca el corazón y escucha (los hombres-leopardo no tienen ojos, pero escuchan). El corazón de la princesa golpea las zarpas del hombre-leopardo. Lo devoran, pero no deja de sonar. Hasta en las entrañas de los hombres-leopardo, el corazón de la princesa late.
ESPEJO DE OBSIDIANA
«En el reino de Dios caben mis versos», se dice la mujer frente al espejo, «y en el otro también, en los dos reinos», mientras se mira de perfil con su penacho, el cristal distorsiona la imagen, el pulido cristal que le devuelve un águila, incapaz de volar. Por eso prefiere el de obsidiana, en el que su figura se refleja tal cual, tal ella misma —sus grietas, su verdad, sus desamores— y a la vez muchas otras que no conoce y a lo peor ni existen. Espejo de obsidiana con un alma que se encierra tras el más perfecto bruñido de la piedra. Piedra de sacrificios que conoce un corazón sangrante y otro enfermo. «Tengo la sed y el frío de las víctimas, de los que ofrecieron su pecho al dios guerrero», se dice la mujer en la penumbra del espejo. En las gemas azules y opalinas que adornan su cuello, sus vestidos talares, también está el último aliento de los decapitados, de los incestuosos, de aquellos que amaron más la vida propia que el sabor del maíz. «Si pongo bellezas en mi entendimiento no veo por qué no poner mi entendimiento también en las bellezas que Dios derramó como si fuera esperma». «Soy la peor de todas, la que se asfixia en los claustros y clama por una señal, ya no de Dios o el ángel, tan sólo una señal que, como cuchillo de obsidiana, arranque de mi pecho la soledad y el miedo».