La inmortalidad de las flores y los cantos.

Por: Carmín Cueva

Iniciamos un año de cambios y transiciones, sabemos que somos parte de un hecho histórico del
cual aún no comprendemos su necesidad y consecuencias. Cuando esa sensación de ansiedad se apodera
de nosotros, es importante volvernos introspectivos y que mejor forma de lograrlo que a través de la poesía
ancestral, en otras palabras de aquella profundamente nuestra.

El imperio Azteca es admirado, entre muchas cosas, por sus avanzados conocimientos astrológicos. Los aztecas entendieron que el mundo se
encuentra en una incesante evolución. Para ellos la vida y la muerte en este planeta son parte de un mismo
proceso cíclico. Es decir nuestro paso en la tierra es transitorio, pero a su vez forma parte de un plan
mucho más grande, un plan cósmico. La historia de la humanidad fue dividida de acuerdo a las creencias
aztecas, en varios períodos o ciclos solares. Al inicio de cada nuevo período la humanidad tenía una nueva
oportunidad para mejorar su conducta en la tierra.


Un ejemplo claro de ésta visión es expresada por el poeta azteca Ayocuan Cuetzpaltzin en su
poema Las flores y los cantos. En éste, el poeta exalta el valor de las relaciones que forjamos durante
nuestro paso sobre la tierra, tanto con la naturaleza como con nuestros congéneres. Si bien enfatiza la
creencia de que ésta vida es sólo transitoria “Aquí en la tierra es la región del momento fugaz”; su mensaje
primordial es el que aprovechemos nuestra existencia en aprender y apreciar las virtudes y bellezas de éste
mundo, “Gocemos, oh amigos/ haya abrazos aquí”. El poema es en sí, toda una filosofía de vida
remarcando la importancia de admirar la perfección de la naturaleza que nos rodea y el tesoro que es la
amistad. Al mismo tiempo el poeta nos invita a disfrutar nuestra transición por la vida, pide que nuestra
estancia no sea en vano proclamando la necesidad de transmitir un legado. “Esfuércese quiera mi corazón/…
¿Nada quedará de mi nombre?/ ¿Nada de mi fama aquí en la tierra?”.

Nos convoca a impregnarnos de la
necesidad de alcanzar la inmortalidad al ser recordados por nuestras obras creativas. “¡Al menos flores, al
menos cantos!/ Nadie hará terminar aquí/ las flores y los cantos, / ellos perduran en la casa del Dador de la
vida.” Disfrutemos cada ciclo de la vida, enfrentemos con honor nuestra adversidad y salgamos triunfantes
de ella, legando una estela positiva de nuestra presencia.

Las flores y los cantos
Ayocuan Cuetzpaltzin

Del interior del cielo vienen
las bellas flores, los bellos cantos.
Los afea nuestro anhelo,
nuestra inventiva los echa a perder,
a no ser los del príncipe chichimeca Tecayehuatzin.
¡Con los de él, alegráos!


La amistad es lluvia de flores preciosas.
Blancas vedijas de plumas de garza,
se entrelazan con preciosas flores rojas.
en las ramas de los árboles,
bajo ellas andan y liban
los señores y los nobles.

Vuestro hermoso canto:
un dorado pájaro cascabel,
lo eleváis muy hermoso.
Estáis en un cercado de flores.
Sobre las ramas floridas cantáis.
¿Eres tú acaso, un ave preciosa del Dador de la vida?
¿Acaso tú al dios has hablado?
Tan pronto como visteis la aurora,
os habéis puesto a cantar.


Esfuércese, quiera mi corazón,
las flores del escudo,
las flores del Dador de la vida.
¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
hemos brotado en la tierra.
¿Sólo así he de irme
como las flores que perecieron?
¿Nada quedará de mi nombre?
¿Nada de mi fama aquí en la tierra?
¡Al menos flores, al menos cantos!


¿Qué podrá hacer mi corazón?
En vano hemos llegado,
hemos brotado en la tierra.
Gocemos, oh amigos,
haya abrazos aquí.
Ahora andamos sobre la tierra florida.
Nadie hará terminar aquí
las flores y los cantos,


ellos perduran en la casa del Dador de la vida.
Aquí en la tierra es la región del momento fugaz.
¿También es así en el lugar
donde de algún modo se vive?
¿Allá se alegra uno?
¿Hay allá amistad?
¿O sólo aquí en la tierra
hemos venido a conocer nuestros rostros?

Ayocuan Cuetzpaltzin. “Las flores y los cantos”. Quince poetas del mundo náhuatl. Ed. Miguel León-Portilla.
México: Diana. 1994.

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